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Donde Habita El Dolor

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Verso libre homenaje a la triste obra de Rafael Lechowski.

Ella se despidió,
él no lo comprendió, porque no había nada
que comprender.
El motivo ya sobra
si para ella la llama ya no arde en la sombra.
Para él los interrogantes surgían
por generación espontánea
dado que su corazón, como haciendo apnea
se negaba a respirar sin ella.
El motivo de no haber motivo
motivaba su desconfianza que llenaba el vacío
que ella al irse dejó en su pecho.
Pero es que en él
el fuego combustionaba
porque sabía que ella ya no estaba
y en su negación, él,
no se lo podía creer.
Un veneno podrido falto de entidimiento
le inundaba la cabeza con escenarios infudados
con imágenes de su cuerpo sagrado
exalto de gozo en la cama con otro;
invadiéndole una sensación de náusea y envidia
que convertía en eternas las madrugadas
y en fútil la luz del día.
Esta toxicidad fatua por su siempre honestidad
ahogaba más, todavía, su necesidad
de probar su sinceridad,
sin saber que él, en realidad, ya sabía la verdad:
la llama exinta era para ella la realidad.

Ella era ella, y él era yo.

¿Cuánto dura el dolor,
ese clavo que ahora sólo sangra,
esa opaca luz que se apaga,
esa esperanza vacua, fatua?
¿Por qué estas ganas de que vuelvas
se tornan pesadillas
cuando me doy cuenta de que ya no estarás?
¿Por qué se infecta esta cicatriz que me niego a olvidar
con tu sonrisa,
con tu risa,
con tu cuerpo,
con tu imagen encima mía,
con mi imagen encima tuya?
¿Por qué la única vil y cruel cura consiste en desidealizarte,
en bajarte de lo excelso a lo humano
en recordar lo poco malo
olvidando todo lo bueno?
¿Por qué debo pensar que tu vuelta es eternamente imposible
si es el único antídoto posible
para que no me quite la vida?

Si cuando nos juramos amor eterno
comprendí que eras la mujer de mi vida
y ahora que no estás y que sé que no me equivoqué de amor,
debí, entonces, de equivocarme de vida.