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Periplo

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Su habitación estaba casi vacía. De la pared ya no colgaba su guitarra Gibson. Los libros se amontonaban en pilas de cajas. Las camisas empaquetadas. La cama donde antes era feliz estaba totalmente desnuda. En la habitación sólo quedaba una mesa y un marco con muchas fotos. Acercándose lentamente cogió el marco. Como si no se acordase qué fotos eran; las conocía pero ahora eran extrañas. Lo miró fijamente, como queriendo entrar en la imagen, pero lo único que consiguió fue mojar el cristal. Pañuelos. Ojos llorosos. Se sentó en lo que quedaba de cama con gesto cansado, mirada extraviada. Cerrando los ojos suspiró y empezó a verlo todo otra vez…

… no hacía ni frío ni calor. Él siempre llevaba su chaqueta bomber y sus gafas de aviador. El Sol aun se mantenía en el horizonte, como teniéndose que marchar pero queriendo aguantar sin esconderse lo máximo posible. Apurando la última calada, tiró el cigarrillo y se subió a la moto. Como teniendo prisa, pero sin tener adónde ir. Sólo por estar sobre dos ruedas, sólo por sentir el viento en la cara, sólo por apurar cada curva, sólo por saltar por las bajadas de San Francisco. Llegó hasta aquél bar. No tenía pinta de ser una noche especial. Las conversaciones con el camarero se limitaban a peticiones de bebidas. Como sin querer vio entrar a aquélla chica en el local. Estaba despistada y acelerada y miraba para todos los lados, como buscando a alguien. Lo vio y fue a junto de él. “¿Por qué viene hacia aquí?” se preguntó. “¿La moto de ahí afuera es tuya?” Dudoso, se lo pensó antes de contestar, pero acabó afirmándolo. El bofetón sonó en todo el bar. Mientras se recuperaba del golpe y se llevaba la mano a la cara le preguntó: -¿Por qué?
-¡Conduces como un animal! Me adelantaste por la derecha y casi tengo un accidente por tu culpa - le reprochó
-Tampoco es para tan…
No le dejó acabar antes de darle el siguiente bofetón
-Bueno, ya vale, ¿éste último por qué?
-Por maleducado y no pedir perdón
-¡Joder! Es que tampoco es para tan…
La gente que estaba sentada en las mesas ya se reía con la escena, porque el tercer golpe había sido el más fuerte. Como queriéndose incorporar se intentó poner de pie levantándose del taburete hasta que se dio cuenta de su ebriedad, casi cayéndose. -Aun por encima borracho, ¡ni se te ocurra coger la moto o llamo a la policía!

-Tranquila mujer, aun queda mucha noche… sólo dime una cosa, ¿me has seguido hasta aquí?-le contestó agarrando la mano porque ya tenía preparado el siguiente golpe.
-No, vivo aquí en frente y he reconocido tu moto, ¿pero a ti qué más te da?
-A mí da igual, pero no todos los días me golpea una chica tan guapa
Los ánimos parecían un poco más calmados. Él, como acercándole otro taburete, la invitó a sentarse; ella como enfadada de brazos cruzados acabó aceptando. -Tienes razón, debo pedirte disculpas; lo siento, pero tenía un poco de prisa.

-¿Has acabado? ¿Puedo marcharme ya?
-En realidad creo que deberías tomarte algo conmigo, he sido un poco grosero, pero esta presentación tan brusca no creo que haya sido la correcta. Además lo mínimo sería compensártelo con un trago - tenía la virtud de ser grandilocuente en sus momentos más ávidos de la noche.
-¡Lo que me faltaba por oir! - contestó indignada pero ya no tan enfadada.
-Sí mujer, hoy es sábado y, dadas las horas que son, no creo que tengas planes.

-¿Eres mi agenda ahora?- preguntó retóricamente y de manera muy borde- Mira, voy a tomarme algo pero para asegurarme de que no vas a conducir…

Casi de manera improvisada, él comenzó a hablar. Era gracioso y ella no podía evitar, pese a su enfado, sonreir. Al final acabó riéndose y se percató de los emblemas y parches de su chaqueta. -¿Eres piloto? - preguntó tímidamente pero con ganas de que le contara más
-Algo así; pero estoy de permiso y… poco conozco en esta ciudad, llegué hará un par de meses - contestó con sincera humildad
Y siguieron hablando. Ella ya lo miraba con otros ojos ahora. Él contaba historias, anécdotas, a veces cosas triviales pero a ella le hacían sonreir, y él disfrutaba de la compañía. Comenzaron las miradas, los gestos de nerviosismo, un ambiente cálido. Ella se tocaba el pelo antes de hablar, y se mordía el labio de abajo cuando él hablaba. La conversación no cesaba, iba a dar para largo rato. Sin darse cuenta, el tenderman había bajado la verja. Pero la noche iba a acabar ahí, porque ésa era la primera vez que se iban a ver…

…al final despertó. Volvió a la realidad, a las cajas de cartón en la puerta. A las despedidas. Al “ojalá que volvamos a vernos”